La participación de
Rusia en la I Guerra Mundial fue catastrófica. El hundimiento del zarismo hay
que entenderlo en ese contexto: continuas derrotas, incompetencia militar,
pérdidas territoriales, dos millones de muertos, desmoralización de las tropas,
desabastecimiento, subida de los precios y hambre de la población. El malestar
consiguiente favoreció la aparición de focos de protesta entre el conjunto del
pueblo y los grupos de oposición política.
Tropas del Ejército
Rojo en Jarkov durante la Revolución Rusa (1917). Banco de Imágenes del
ISFTICespacioEn febrero de 1917 estallaron en la capital manifestaciones
espontáneas de mujeres en demanda de pan y paz. A estas quejas pronto se
sumaron los obreros en huelga y otros grupos sociales. La represión fue
contundente: el ejército sacó sus tropas a la calle, detuvo manifestantes y la
Duma fue clausurada.
Pero las protestas continuaron y llegó un
momento en que los soldados, desobedeciendo a sus superiores, se negaron a
disparar sobre los manifestantes. Era el final del zarismo. Nicolás II tuvo que
abdicar y Rusia se convirtió en una república dirigida por un Gobierno
provisional de carácter liberal-democrático.
En paralelo, resurgió el Soviet de Petrogrado
(como había pasado a llamarse San Petersburgo). Y siguiendo su ejemplo,
proliferaron los soviets de obreros, campesinos y soldados por las ciudades más
importantes del país.
El Gobierno provisional fue incapaz de imponer
el orden y resolver las exigencias sociales cada vez más extendidas: el fin de
la guerra, el abastecimiento de la población y el reparto de tierras entre los
campesinos.
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